Hoy toca una reseña que tenía
pendiente hace algún tiempo. ¿Recuerdan el
Club Jane Austen? Esta iniciativa
pertenece a Carmen, para conmemorar el Aniversario del nacimiento de Jane, en
diciembre, pero, debido a la gran acogida que ha tenido su idea, las entradas
se irán subiendo hasta la fecha límite.
Por mi parte, cuando debí pensar
en una historia para reseñar, desde luego que la primera que vino a mi mente
fue Orgullo y Prejuicio, que como saben es mi favorita, pero luego de pensarlo
un poquito, decidí optar por Sentido y Sensibilidad, ya que también me gusta
mucho y es una con la que de alguna u otra forma, siempre termino relacionada.
Cuando hice el test de a qué heroína me parezco, el resultado fue Marianne
Dashwood, y aunque le tengo un respeto reverencial a toda la obra de Austen, la
única a la que me he atrevido a “tocar”, ha sido esta, justamente en relación a
ese personaje.
Así que a veces el inconsciente
manda, y esta es una de esas ocasiones, así que vamos por la reseña.
Primero, para quienes desconozcan
su argumento, una pequeña sinopsis.
A principios del siglo XIX, la
señora Dashwood enviuda y se queda con sus tres hijas, Elinor, Marianne, y
Margaret. En teoría, el hijo mayor del primer matrimonio del señor Dashwood
debía encargarse de que no les faltara nada, pero es un hombre débil de
carácter, egoísta, con una mujer aún más mezquina, y esta influye para que les
conceda una renta menor de lo que hubiera sido justo, por lo que deben dejar
las comodidades a las que están acostumbradas y aceptar la oferta de un
pariente lejano para ocupar una casita.
Acerca de las hermanas Dashwood,
es importante mencionar que Elinor, la mayor, es una joven cariñosa, preocupada
siempre por el bien ajeno, realista y antepone la lógica antes que dejarse
llevar por la pasión. Todo lo opuesto a Marianne, que actúa muchas veces sin
detenerse a pensar, dejando que su extrema sensibilidad la guíe, no siempre con
muy buenos resultados. Margaret, la
pequeña de apenas trece años, muestra una gran energía y es en sí un personaje
encantador que apenas va perfilando su carácter.
Ahora, es importantísimo comentar
que antes de dejar su antiguo hogar, llega a sus vidas Edward Ferrars, hermano
de su cuñada, un joven algo tímido, honorable, muy justo y generoso que entabla
pronto amistad con las jóvenes Dashwood, especialmente con Elinor, por quien
veremos pronto que se siente profundamente atraído, y aún cuando ella es muy
buena enmascarando sus sentimientos, es obvio que resulta correspondido, si
bien no se hace ninguna promesa o propuesta antes de que ellas deban enrumbar a
su nueva casa.
Por su parte, Marianne se relaciona
con un joven aparentemente encantador, Willoughby, quien parece ser el
complemento perfecto para su espíritu soñador. Esta suerte de relación ocasiona
que no le muestre mayor interés al Coronel Brandon, un hombre recto y torturado
por ciertos recuerdos del pasado, que muestra de inmediato un profundo afecto
por la joven.
Desde allí, podemos ver el
desarrollo de los acontecimientos en las vidas de las hermanas Dashwood, sus
penas y alegrías, así como también todo lo que les rodea.
Ahora, pasada la pequeña sinopsis, y mil disculpas por
extenderme, mi opinión personal respecto a la obra.
Generalmente se acostumbra
relacionar el título de la obra, Sentido y Sensibilidad con los caracteres de
Elinor y Marianne, y aún cuando es algo bastante obvio y con lo que estoy de
acuerdo hasta cierto punto, también es cierto que a veces no todo es lo que parece. El que Elinor
sea una joven muy contenida emocionalmente y práctica a raíz de la necesidad,
no significa que no sea poseedora de una profunda sensibilidad, y creo que
Marianne, a pesar de que con frecuencia se deja llevar por el corazón, admira
en gran medida la virtud de su hermana y en la obra podemos ver un momento
crucial en el que muestra es perfectamente capaz de obrar de una forma lógica y
sensata.
Es impresionante pensar que Jane
escribió este libro con apenas diecinueve años, porque no solo nos regala una
obra bien escrita, aguda y realista respecto a la época en que está ubicada,
sino que profundiza en las emociones
humanas de forma impresionante, lo que más me gusta. Como pongo más arriba,
nada es lo que parece, y no es sencillo tomar partido sobre qué es lo
mejor, si dejarse llevar por el corazón o por la razón. En lo personal, creo
que un equilibrio sería lo ideal, pero resulta muy complicado, como todos debemos haber experimentado en algún momento de nuestras vidas. Quizá ese sea uno de los mayores méritos de Jane, que logra una conexión inmediata con el lector, más allá del tiempo.
Esta obra es, a mi parecer,
brillante, invita a reflexionar, y muestra de forma exquisita el talento de
Jane Austen.
Para terminar, se me ocurrió
volver a subir un pequeño escrito que alguna vez compartí por aquí, relacionado
con Marianne y su mundo interior. Ha sido un verdadero placer participar de
este evento en honor a Jane.
SENSIBILIDAD
Marianne creyó alguna vez que lo
sabía todo, o casi todo, y que aquellas pequeñas lagunas de su ignorancia
podrían ser fácilmente ocupadas por su más que fértil imaginación.
Tuvo la plena seguridad, alguna
vez, de que solo una voz podría emocionarla hasta las lágrimas al recitar un
poema, pero descubrió muy pronto que existía otra, una muy distinta a la que no
le prestó en su momento la debida atención, la misma que conseguía hacerla
retener el aliento en un momento de angustia, de pensar tan solo en que no la
oiría más.
Ella, en el infinito dramatismo
que a veces la embargaba, aprendió que no solo con las lágrimas es posible
demostrar nuestros más profundos sentimientos.
Conoció el placer del silencio
compartido, que muchas veces sustituía con gracia y encanto a las carcajadas de
la juventud, vacías con frecuencia de esa sensación real y auténtica que solo
la completa confianza otorga.
Comprobó, admirada, que sin
importar cuánto tiempo pasara, la lealtad y el amor más ferviente pueden
permanecer intactos. Y no lo descubrió en un libro, o en historias contadas por
damas alrededor de un juego de té, sino en la vida diaria.
Aún en los momentos difíciles,
cuando su temperamento la superaba y creía que ninguna de esas palabras dichas
en un arranque de furia merecían perdón, agradecía infinitamente por la
sabiduría y bondad del ser generoso que otorgaba el suyo sin recriminaciones,
instándola sin necesidad de ello a no caer nuevamente en los mismos errores.
Si en algún momento dudó de la
pasión contenida tras el semblante reservado del hombre al que entregó su
futuro, se regocijaba ahora por su error, y anhelaba cada momento a solas,
contando las horas para esos lapsos de tiempo en los que cada susurro era más
valioso que todas las palabras dichas en voz alta.
Marianne, que descubrió muy
pronto que su ignorancia sobrepasaba ampliamente todas sus estimaciones, se
animaba a sí misma con la plena seguridad de que jamás, ni en sus más locas
fantasías, o en los libros de cabecera, hubiera podido encontrar a un maestro
más atento y digno de su amor como el que le acompañaba en el agradable camino
del aprendizaje.