La niña se apoyaba en ambos codos para deslizarse bajo un árbol caído, sorteando raíces y tierra, con expresión concentrada y el ceño ligeramente fruncido, indiferente a la suciedad en sus ropas y los ligeros arañazos que se ganaba al arrastrarse con tan poco cuidado.
En cuanto llegó a la salida, se puso de pie con rapidez, apenas si sacudió un poco sus rodillas, y siguió el sendero marcado por el antiguo pasar de los coches que hacía muchos años abandonaron aquella ruta.
Repasaba mentalmente el camino para no equivocarse al dar alguna vuelta, a pesar de haber visitado el lugar cada mañana al alba durante los últimos tres días.
Sabía que si sus padres se enteraban que escapaba por la ventana de su habitación, estaría en grandes problemas, pero había consultado cuanto libro encontró en la biblioteca del pequeño pueblo donde pasaban las vacaciones, y esa era la única forma; tenía que estar allí al amanecer, esperando el momento preciso.
En sus largas caminatas que procuraba tardaran tan poco como fuera posible, para así tener mayores oportunidades, recordaba los hechos del día anterior, y se preguntaba si ese sería su día de suerte.
Iba con la cámara lista, el viejo prendedor en el pecho, y la expresión entusiasta que solo podría mostrar una niña ante un acontecimiento que espera con ansias.
Apenas llegó al recodo del camino en el que debía doblar a la izquierda, empezaron a sudarle las manos de anticipación, y se las arregló para no echar a correr, y acercarse con toda la delicadeza posible hasta el pequeño claro, andando de puntillas sobre la hierba.
Tan pronto como vio el viejo tronco caído se arrodilló a su lado y una gran sonrisa de alivio apareció en su semblante; aún no pasaba, no se lo había perdido.
El frágil capullo seguía allí, colgando y mecido por el viento, apenas sostenido por una hoja que le servía de refugio. Según había leído, ese envoltorio estaba compuesto por hilos e hilos de seda, que ella misma había creado para protegerse hasta que fuera el momento, y no tardaba más de una semana, o eso decía el libro; ella llevaba ya varios días esperando…
De pronto, vio como el capullo latía, provocándole un brinco, ¿sería ya la hora?
Fue la cosa más extraña y maravillosa que había visto en su vida.
Una pequeña línea del envoltorio se rompió, y pudo ver como empezaba a resquebrajarse, todo ello sin acertar a cerrar la boca, de lo impresionada que estaba. El cuerpo empezó a deslizarse hacia abajo, y parecía tan grande para la que había sido su casa que no le extrañó necesitara liberarse.
Vio unas antenas, y el resto del cuerpo cayendo de modo tal que pensó debería estirar la mano para servirle de soporte, pero se contuvo justo a tiempo para contemplar cómo abría las alas en todo su esplendor, unas hermosas alas azules, casi violetas, con ribetes negros que le quitaron el aliento.
La mariposa se sostuvo con gracia sobra una rama, extendiéndose al sol que empezaba a brillar, dejando secar las alas hasta que estuvieron listas para empezar a trabajar.
La niña extendió apenas los dedos para rozarla con infinito cuidado y los recogió contra su pecho en cuanto la criatura remontó el vuelo.
Se quedó un momento allí, mirándola en sus planeos hasta que se asentó sobre una flor en lo alto; solo entonces se dio cuenta de que sostenía con fuerza el broche de mariposa que llevaba prendido, el que su madre le regalara para su cumpleaños.
Nunca pensó en llevársela a casa, le gustaba la idea de que fuera libre, pero no quiso perderse el milagro de su nacimiento, un recuerdo que atesoraría durante toda su vida al recordar esas vacaciones.
Tomó una foto a la lejanía, se despidió con un gesto y corrió de vuelta a casa; deseaba ver a su familia y contarle del milagro que acababa de presenciar.
*Escrito para Violeta, compartido con los buenos amigos.
ME ha parecido el relato más bello y mimoso de cuantos llevo leídos en mucho tiempo... cuánta ternura noto en tus palabras, en los detalles que la niña tiene para con su cuerpo, para con su entorno... me he limpiado las rodillas con ella y he ido de puntilla sobre la hierba y he visto latir el capullo y volar a la mariposa mientras le tomaba una única foto... ¡Qué placer más bello he sentido leyéndote, amiga!!
ResponderEliminarBss... sigue así y haz más, muchos, muchas más mariposas revoloteando en tu blog...
Maravilloso relato, cálido y sensible a la vez, me has echo añorar algunos de mis olvidados relatos, gracias por estas líneas. Besos. Feliz jueves.
ResponderEliminarQué dulce y tierno relato, Aglaia. Estos pequeños cuentos que hacen retroceder a la edad de la inocencia me siguen encantando...
ResponderEliminarBesos,
Una narración dulce y llena de la inocencia de la niñez.
ResponderEliminarUna delicia.
Besos.
Aglaia eres la autora de este hermoso texto?
ResponderEliminarWoow!!! Qué potencial amiga, transmites tanta dulzura y una mezcla de sentimientos que estoy completamente segura de que en el futuro tendré como amiga a una famosa escritora!!!
Me has maravillado!!! como bien dice mariCari, no pares, seguí, seguí escribiendo y compartiendo con nosotras!!!
Besotes de una admiradora!!!
Roos
Que historia tan bonita!!! Me ha encantado!!!
ResponderEliminarSobre todo cuando los niños se interesan por cosas de la naturaleza que incluso van a bibliotecas!! Eso actualmente no es muy común jajja
Verdaderamente me ha gustado mucho :) sigue escribiendo!! Y compartiendo con nosotras!! Siempre es un placer
Besines querida!!
Precioso relato, no he podido irme de tu casa sin leerme este texto, pues quizás no lo sepas pero las mariposas azules son seres que me atraen de lo más, son mi debilidad y si visitas mi espacio, verás cuanto son de importantes para mi.
ResponderEliminarEs un texto dotado de una sensibilidad extrema, de una delicadeza enorme. Esa experiencia de ver el nacimiento de una hermosa mariposa, eso no le pasa a cualquiera, solo a quien tiene paciencia, la constancia y perseverancia, pues para ello se necesita mucha sensibilidad, no es algo que se vea a simple vista.
Muy hermoso, en verdad te lo digo.
Ten un feliz día, besitos azules muassssssssssssss