Me gustan mucho los valses limeños; tienen un punto siempre presente de amor y lamento que puede parecer un poco melancólico, sí, pero limeña como soy y de carácter un poco melancólico también, bueno, me vienen muy bien.
Felipe Pinglo Alva fue un extraordinario compositor peruano; a mi parecer, el mejor. Lo llaman "el bardo inmortal" porque dejó una herencia de numerosas canciones pese a que murió muy, muy joven, apenas tenía 36 años cuando partió por una enfermedad penosa, en 1936. Creo que todas sus composiciones son preciosas, pero hay una, mi favorita, que será supongo también la favorita de muchos; su nombre es El plebeyo. El título es perfecto en su sencillez, porque el tema narra la historia de un hombre humilde que se enamora de una joven, pero su familia no acepta ese amor, y Pinglo escribe los versos más hermosos para narrar la desesperación de ese pobre hombre, su clamor por la injusticia de no poder ser feliz con la mujer amada; el lamento es desgarrador. Dice la leyenda que el compositor se inspiró en un hecho de su vida para escribirlo, porque alguna vez se enamoró de una joven hija de un industrial y sus padres, en contra del romance, la enviaron a vivir muy lejos y nunca volvieron a verse.
Romántica como soy, no puedo menos que adorar un tema tan bello y me gustaría compartirlo con ustedes; si lo conocen, seguro que les gustará oírlo una vez más, y si no, se los presento.
EL PLEBEYO
La noche cubre ya
Con su negro crespón
De la ciudad las calles
Que cruzan las gentes
Con pausada acción;
La luz artificial
Con débil proyección
Que esconde en su sombra
Venganza y traición.
Después de laborar
Vuelve a su humilde hogar
Luis Enrique el plebeyo,
El hijo del pueblo
El hombre que supo amar
Y que sufriendo está
Esa infamante ley
De amar a una aristócrata
Siendo plebeyo él.
Trémulo de emoción
Dice así en su canción:
El amor siendo humano
Tiene algo de divino,
Amar no es un delito
Porque hasta Dios amó,
Y si el cariño es puro
Y el deseo sincero,
¿Por qué robarme quieren
la fe del corazón?
Mi sangre aunque plebeya
También tiñe de rojo
El alma en que se anida
Mi incomparable amor.
Ella de noble cuna
Y yo humilde plebeyo
No es distinta la sangre
Ni es otro el corazón.
¡Señor! ¿Por qué los seres
no son de igual valor?
