La inquilina de Wildfell Hall fue una obra que golpeó bastante a la sociedad de su época; incluso Charlotte la criticó, por considerarla "poco apropiada" como literatura femenina al tratar un tema tan delicado y que entonces apenas se mencionaba, por tangible que fuera, tal y como ocurre en la actualidad. Pero Anne mostró un coraje extraordinario al retratar con tanta crudeza y entereza la vida de Helen, esa mujer que se presenta como una joven viuda al lado de su pequeño hijo y ocupa la abandonada Wildfell Hall, con la esperanza de construir una vida serena para el niño. La novela es epistolar, en tres partes, dos de ellas narradas por el joven Gilbert Markham, el honesto granjero que se muestra fascinado por la extraña y enigmática inquilina de la propiedad vecina, y la otra nos es presentada por la misma Helen, que en sus cartas nos da a conocer el infierno en vida que le tocó vivir.
Este es un retrato crudo, sin florituras ni detalles a fin de endulzar las más difíciles situaciones que una mujer de aquel tiempo vivió y que comparte sin presentarse como una víctima o lamentarse de su destino. Por medio de la pluma ágil y honesta de Anne Brontë conocemos la historia de una increíble mujer, toda fortaleza y entereza, a quien no se puede menos que respetar y a quien le deseamos, durante todo el tiempo que le acompañamos en su historia, el final feliz que merece, o tan feliz como puede ser para quien conoce de tantos horrores tan pronto.