En fin, que no todo son rosas, pero, ¿en dónde lo es? Lo importante, lo que debemos recordar, o al menos lo que intento hacer, es pensar en todo lo bueno que tenemos.
La gente trabajadora, de esas que se rompen la espalda honestamente por sus familias, y que siempre tienen una sonrisa para ti en la calle; esa comida que no importa dónde estés, siempre vas a extrañar, porque en ningún lugar del mundo encontrarás un ceviche como el peruano, y así con muchos platos; los bailes que te hacen mover los pies, aunque tengas dos izquierdos; esa creatividad que muestran los peruanos para encontrar siempre una solución a los problemas; el goce que nos da cuando nos enteramos de que un compatriota hizo algo bien y fue reconocido, aunque sea jugando trompo; el masoquismo que nos invade en cada eliminatoria para el mundial, porque para nosotros, matemáticamente siempre será posible clasificar; la inocencia de los niños, que son tan fáciles de hacer feliz; esa Costa siempre generosa, con el mar que le asegura el sustento diario a nuestros pescadores; la Sierra de cielo imposible, con sus iglesias y alfombras de flores que te quitan el aliento; la Selva exótica y divertida, con su gente cálida y amable.
Pero lo más importante, para mí, es la gente, siempre la gente. Acá hemos pasado de todo, como en muchos sitios. Dictaduras hasta decir basta, desapariciones, los años del terror, cuando te daba miedo salir, o no sabías si los tuyos regresarían a casa a salvo, con los apagones perpetuos por las voladuras de torres, que uno ya tan acostumbrado sólo sacaba las velas y nos poníamos a jugar monopolio; ser prácticos se hizo parte de la vida diaria.
Que hemos pasado lo nuestro, pero la alegría está allí, y la hospitalidad lista para recibir a las visitas. Así que un muy feliz 28 de julio para mis compatriotas, y un abrazo grande para los de fuera, que aquí los esperaremos siempre con los brazos abiertos.